Pero a veces no, a veces el dolor nos sobrepasa, nos abruma, perdemos el hilo de la vida y no encontramos la luz que nos devuelva la esperanza. El recuerdo de los ausentes nos rompe, nos saca de nosotros mismos, incluso podemos decir que ya no sabemos quiénes somos, porque el otro, quien sí lo sabía, se ha ido. Existir puede ser insoportable. Entonces requerimos de alguien que nos sostenga y quiera caminar con nosotros un camino largo y doloroso, pero necesario, para volver a vivir.
El duelo no se cura – no es una enfermedad- se padece.
Y cuando el padecer es demasiado grande, necesitamos un compañero de viaje que nos ayude a cargar el equipaje.