Yo soy a partir de lo que tu eres,
te doy mi vida porque me reflejo en ti,
tenerte amor me sería imposible
si no lo tuviera sembrado en mí.
Si amaneces yo te espero,
si me esperas cantando voy,
una canción hecha con agua,
agua tibia de nuestro frescor.
Mírame en tus manos,
te acaricio en tu sudor,
somos parte de la misma agua,
agua tibia de nuestro frescor.
María Inés Pozo
Desde que nacemos nos dan un nombre, un género, una cultura, costumbres, valores, creencias. Vamos creciendo y nos distinguimos de los demás por todo esto. Yo tengo cabello castaño, tu no; soy mujer, tu varón; soy alto, tu bajo; me llamo Antonio, tu Pedro; me gusta el tango, a ti el rock. Y estas diferencias nos van dividiendo de la esencia que somos, hasta formar un muro lo bastante fuerte como para no dejar entrar a nadie. ¿En serio somos tan distintos? Es verdad, te llamas Antonio y él Pedro. ¿Pero somos tan distintos?
En la gestalt se dice que tú eres yo y yo soy tú. ¿Esto qué significa? ¿Que ambos nos tenemos que llamar igual y tener los mismos gustos? No, si no el mundo sería muy aburrido con millones de Antonios igualitos. Lo que significa es que en esencia somos iguales. Nos reflejamos el uno al otro, como un espejo de agua. Nacemos todos y todas gracias a un óvulo y un espermatozoide, crecimos en la barriga de nuestra madre para al final poder llegar al mundo. Nuestro cuerpo está plasmado de órganos vitales que nos mantienen con vida y somos dependientes de otra persona que nos cuide y nos ayude a seguir con vida mientras crecemos. Las culturas orientales dicen que somos esencialmente buenos, que el amor es una condición natural del ser humano y que el odio y la maldad se van haciendo con el tiempo y las circunstancias. ¿Será así? Pienso que nunca lo sabremos realmente, porque preguntarle a un bebé qué siente es como decirle a mi gato que me diga qué le duele. Sin embargo, es verdad que cuando somos infantes, nos acomodamos al espacio donde habitamos y copiamos las conductas de las personas que nos rodean. Esto quiere decir que nacemos en blanco y que nos vamos pintando dependiendo de en qué libro nos tocó vivir.
Pensar que somos esencialmente iguales es algo realmente bello. Venimos del amor que nuestra madre nos dio todo el tiempo de gestación y cuando nacimos, todo el cuidado que nos dieron nuestros tutores. Entonces, podemos pensar que todo ese amor es lo que nos alimenta desde que llegamos a este mundo, y es el amor lo que nos une como iguales. Si logramos cultivar en nuestro interior esta cualidad de ternura y bondad hacia los demás y hacia uno mismo, y sentir que es el amor primero, ese que sentimos en la panza de nuestra madre, el que nos une y nos hace iguales, tendremos una vida llena de milagros.
El milagro de la vida. Una vida llena de felicidad y calidez, de amor y autenticidad. Tendremos más amigos que enemigos, por el simple hecho de que no estaremos viendo todo el tiempo las diferencias entre nosotros, ni intentando competir o sobresalir. Si venimos del mismo ombligo, somos hermanos del amor, de la bondad y del milagro de la vida. ¿Sabes todo lo que tuvo que pasar para que estuvieras aquí en este momento? Un espermatozoide tuvo que sobrevivir para encontrar el camino hacia el óvulo, el óvulo tuvo que estar lo suficientemente fértil para generar vida, y dos personas, tu padre y madre, tuvieron que estar juntos para crearte. Te alimentabas de tu madre y dependías completamente de ella, dependías de que ella se cuidara y comiera bien para tú estar sano. La posibilidad de que no nacieras pudo haber sucedido, y sin embargo, estás aquí, en el milagro de la vida. Y todas las personas compartimos ese milagro y esa posibilidad de tener vida. ¿Por qué entonces no seremos iguales en esencia? ¡Si tenemos tanto en común!
No sabemos si un bebé nace con estados mentales torpes o sólo contiene amor, porque dado que no puede hablar ni moverse mucho, es complicado saberlo. Sin embargo, imaginar que somos esencialmente buenos, nos permite volver a esa esencia. A respirar de nuevo la primera sensación que pudimos tener al nacer: la curiosidad por saber quién está frente mío, la cercanía con los demás, esa mirada ingenua que no juzga, sino une. Si nos quedamos en esa sensación, podremos derrumbar el muro que hemos construido para separarnos de los demás. Es verdad que tenemos gustos diferentes y formas de ser variadas, eso no tiene que ser impedimento para ser uno mismo. Las estrellas brillan cada una a su estilo, unas son más grandes que otras, pero están en un mismo espacio con un mismo propósito, iluminar el lugar en donde están y brindar las condiciones perfectas para la vida en la Tierra.
Seamos como las estrellas y generemos vida en una misma esencia con los demás.