
Dios está deprimido.
No encuentra el fulgor de la vida,
ha perdido hilo y aguja de la antorcha
que teje los cimientos de su vida.
Busca, llama, implora,
más nadie ha sabido escucharlo.
Llora lágrimas de mar infinitas,
no tiene la respuesta a su pregunta
y ni siquiera tiene la pregunta adecuada.
Dios está deprimido
y sin embargo, aún tiene la fuerza
de anhelar un pasado que jamás volverá,
un futuro que no sabe si llegará
y un presente donde no sabe cómo actuar.
Tímidamente mira a su alrededor,
pero nada logra llamar su atención,
sólo hay un mundo descabellado
y mil y un poetas con una vaga ilusión.
Se va ahogando en su propia voz,
hurga en los rincones de su alma
reteniendo su última esperanza.
Cansado de buscar se detiene,
se acomoda en la esquina más lejana
con la mirada de un loco moribundo,
ve pasar el calor de los segundos.
Escondida lo vigilo,
sintiéndome cómplice de su soledad,
de su nostalgia, de su abandono.
Y mientras tanto, de puntillas camino,
tranquila con un suspiro de viento
me acerco a donde él se encuentra,
le tomo la mano, le regalo una clara sonrisa
y le pinto de arcoiris su corazón perdido,
postrándonos juntos a la orilla del camino.